lunes, 10 de noviembre de 2014

El hermano mayor del Perú

Interesante columna de Jorge Bruce y lo que se podría venir de seguir con la ola de violencia y el narco estado.

Por Jorge Bruce

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Es un cliché afirmar que México y Perú son dos sociedades con historias similares e identidades análogas. Es un cliché que contiene una parte de verdad. Cortés y Pizarro, Moctezuma y Atahualpa, Incas y Aztecas. Juan Rulfo y Arguedas, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa. La primera vez que visité ese gran país tuve la impresión de que, en efecto, muchas cosas me resultaban familiares, pero todas eran más grandes. Tanto las admirables como las deplorables. Su capital, el DF, por ejemplo, tiene una población equivalente a buena parte de la peruana. Su cocina es variada, condimentada, colorida y sorprendente, como la nuestra. Sus monumentos arqueológicos son grandiosos. Y su violencia es infernal.
La reciente matanza de 43 estudiantes en Iguala ha provocado una reacción mundial de dolor e indignación. Por un momento ha apuntado los reflectores a la profunda vinculación entre el narcotráfico, el Estado y los poderes fácticos. Desde la novela Las Cabezas de la Hidra, de Carlos Fuentes (hace ya varios años), hasta la más reciente El Poder del Perro, de Don Winslow (Oliver Stone hizo una película de corte hollywoodense con un guion de este autor, cuyo título lo dice todo: Salvajes) y las muy recientes de Jorge Zepeda Patterson, Los Corruptores y, la que ganó el premio Planeta, Milena o el Fémur más Bello del Mundo; todas estas obras tienen como trama la corrupción que impera en México, de la mano con el narco, desde hace décadas.
Especialistas como Fernando Rospigliosi vienen señalando reiteradamente que deberíamos ver a México como un espejo de nuestro futuro. Rosa María Palacios retorna de Ayacucho relatando lo que ha escuchado a los periodistas de la zona: el narco ha infiltrado el Estado desde la sima hasta la cima. Si todavía no tenemos una producción literaria y cinematográfica, como los mexicanos, exponiendo esa corrosión creciente de nuestras autoridades, acaso se debe a que estamos negando la evidencia, con la esperanza mágica de que si cerramos los ojos, la pesadilla se va a desvanecer. Exactamente lo que hace el ministro del Interior cuando afirma que los sicarios son una amenaza solo para los otros sicarios. Es decir, que son una bendición disfrazada y por lo tanto debemos agradecer su presencia, más y más frecuente y desembozada, en las calles de nuestras ciudades, en barrios que ayer se sentían alejados de esos crímenes.
Pero la negación maníaca es el viento que aviva el fuego. La horrenda muerte de esos muchachos en un basural de Ayotzinapa –similar a las de La Cantuta y a tantas otras que hemos padecido–, es la respuesta a esas actitudes que pretenden cubrir con agitación y palabreo el avance de la corrupción. Es una magnífica noticia el nombramiento de José Ugaz como presidente de Transparencia Internacional. La lucha contra la corrupción no es, como en el caso de los sicarios, un problema que afecte solo a los que trabajan con grandes capitales, públicos o privados. Es nuestra vida y nuestro futuro lo que está en juego, como nos lo acaba de recordar nuestro angustiado hermano mayor.

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